Julio Alonso Ampuero en el centro, junto a voluntarios (Foto de archivo) |
Cárcel de menores varones. Hay chicos desde 14 años. Son más de 800. En el
sector donde toca hoy son unos 70-80. Los que han ingresado en el último mes.
Tras los saludos, oración guiada, con la ayuda de algún canto. Los chicos
cierran sus ojos y entran en la oración. Piden perdón. El nuevo director
–reticente en permitir nuestra entrada- se asoma por curiosidad: queda
asombrado ante lo que ven sus ojos.
Es domingo. Ahí mismo celebramos la misa. El Señor Resucitado se hace presente
con todo su poder. Receptividad de los jóvenes, que absorben todo como
esponjas.
Después de la misa, se hacen grupos, con un texto sencillo para reflexionar.
Mientras los laicos con quienes voy llevan la reunión, yo confieso. Todos
quieren acercarse al sacramento. Hasta los no bautizados quieren confesar.
Previamente, la coordinadora les ha explicado que el sacerdote no puede decir
nada… aunque le maten.
Fuera de la confesión, uno de los jóvenes me lanza a
bocajarro:
-Padre, ¿está bien ayunar?
-¿Por qué lo dices?, le respondo
-Porque yo siento necesidad de expiar y reparar [no usó estas
palabras, pero eso fue lo que dijo] el mal que he hecho. A veces no
desayuno y estoy sin comer hasta el mediodía. Y alguna vez he ayunado el día
entero…
Yo me quedo sin palabras. Solo sé darle un abrazo y decirle:
-¡Adelante!
Una vez fuera, he sentido vergüenza de mí mismo, de mi poco sentido de
expiación y reparación, de la poca conciencia de la gravedad de mis pecados. Yo
no habré cometido los delitos que él, pero he recibido mucha más gracia: por
eso, mis pecados son en comparación mucho más graves. Y tal vez, si yo hubiera
tenido unas circunstancias como las suyas, probablemente habría caído mucho más
bajo que él…
Sí, una vez más, los pobres me evangelizan… Verdaderamente, los publicanos y
las prostitutas nos llevan la delantera en Reino de los Cielos...
Julio Alonso Ampuero
Diócesis de Lurín (Perú)
Diócesis de Lurín (Perú)