El que un sacerdote diocesano partiera como misionero – algo que hoy en día parece tan común – no lo era hace un siglo. Entonces la misión ad gentes, abandonando el propio país y evangelizando en tierras lejanas, parecía estar abierta sólo a las congregaciones religiosas. Gracias al dinamismo misionero de sacerdotes de Burgos se abrió una nueva “cantera” misionera.
Fue el Papa Benedicto XV el que respaldó esta puerta a la misión. Un Papa que alentaba a los sacerdotes diocesanos a llevar el mensaje del Evangelio a todos los rincones del mundo. El Papa que escribió la carta apostólica Maximum Illud, el mismo año que se fundaba el IEME, y cuyo centenario ha llevado al Papa Francisco a convocar el Mes Misionero Extraordinario de octubre de 2019. Tras el cambio de mentalidad que supuso el IEME surgieron otros cauces para vivir la misión a partir de las diócesis, como las misiones diocesanas, los hermanamientos entre diócesis y parroquias, los acuerdos de colaboración…
La fiesta misionera de la Epifanía tiene por tanto dos destinatarios de la generosidad de los fieles, los catequistas y el IEME. La mitad de la colecta de ese día, correspondiente a los catequistas en los territorios de misión, se entrega a la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, que lo destina a su sostenimiento y formación. La otra mitad va destinada al Instituto Español de Misiones Extranjeras, pionero en la toma de conciencia de que todo cristianos es misionero, sea religiosa o religioso, sacerdote o laico.
La importancia de los catequistas en los territorios de misión
De cara al Jornada de los Catequistas Nativos, que se celebra el próximo día 6 de enero, Fiesta de la Epifanía, la Iglesia nos recuerda la importancia para la evangelización de estas mujeres y hombres que llegan a sus hermanos desde su propia tradición y cultura. Son creadores de comunidad y pilares esenciales de las Iglesias en los territorios de misión.
Este año nos llega el testimonio fresco de una catequista de un pueblo llamado Fundación en la Republica Dominicana, su nombre es María Laracuende. “un joven catequista me invitó a que le ayudase a impartir una catequesis experiencial”, recuerda María. “En la segunda oportunidad algo me empujaba y volví, y me sentí muy bien. Me dijeron que había que prepararse y hacer talleres y así empecé a participar; de eso hace ya cinco años”.
Maria Laracuende se sintió corresponsable de la evangelización de su propia gente y se comprometió como catequista. Un signo de madurez de esa Iglesia local Dominicana que se hace misionera entre su propia gente como una etapa inicial, sin perder nunca del horizonte la misión en otros pueblos que no es el suyo propio. Motivo de gran esperanza y alegría es el ver multiplicarse en el mundo, esta misma actitud en el compromiso evangelizador: entienden su propia responsabilidad en el anuncio del Evangelio como bautizados, han encontrado el “tesoro escondido” (Mt 13,44) y lo comparten como prenda de la promoción de un mundo mejor.
La Iglesia es misionera por su propia naturaleza, ya que el mandato de Cristo no es algo contingente y externo, sino que va al corazón mismo de la Iglesia. Por eso toda la Iglesia y cada iglesia son enviadas a todos los pueblos de la tierra. Este mandato misionero sigue siendo una prioridad absoluta de todo bautizado.