La Jornada Mundial de las
Misiones 2018 nos llega en plena celebración del Sínodo de los Obispos; éste
tiene como contenido a tratar cómo los jóvenes se interesan por la fe en Cristo
que propone la Iglesia, por su discernimiento de cara al seguimiento de Cristo,
sin renunciar a una posible vocación al sacerdocio o la consagración religiosa.
Ha estado precedido de un diálogo en tantas diócesis con jóvenes, para que
expresaran sin rodeos qué piensan de la Iglesia y de Jesucristo. También este
día del Domingo llamado del Domund supone un camino de preparación del Mes
Misionero extraordinario de octubre de 2019. Es, pues, la gran oportunidad para
renovar en todos, niños, jóvenes y adultos cristianos, el compromiso misionero
de toda la Iglesia.
Parece claro que para todos estos
temas y acontecimientos necesitamos ver cómo esta nuestro mundo y cambiarlo.
Pero no se trata de una revolución. Me refiero a cambiar nuestro mundo
interior, que apenas se interesa por la Misión de la Iglesia, y menos por la
“misión ad Gentes”, la que se desarrolla lejos de nosotros en América, en
África, en Extremo Oriente. Y lo primero que dice el Papa Francisco en su
Mensaje para la Jornada del Domund es que los jóvenes han de llegar a la
certeza de que “la fe cristiana permanece siempre joven cuando se abre a la
Misión que Cristo nos confía”. Es aquello de Juan Pablo II, “la fe se fortalece
dándola” (encíclica Redemptoris Missio, 2).
En el horizonte cultural que nos
rodea, la palabra “misión” tiene muchos significados y me temo que en la
mayoría de nosotros misión apenas nos
impresiona, cuando la referimos primero a la misión que, como hombre y mujer,
tenemos cada uno; ¡cuánto menos que nos atraerá el contenido de la misión, si con esta palabra estamos hablando de “las misiones”,
modo que sintamos que hay una misión de anunciar a Jesucristo y que podemos ser
tan atraídos por ella como para sentirnos enviados hacia lugares lejanos! Pero
hay algo sencillo de entender: estamos en este mundo, nacemos, sin una previa
decisión nuestra. Por ello, intuimos que hay una iniciativa que nos precede y
nos llama a la existencia. Lo previo en nosotros es aquello que decía el Papa
Francisco: “Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo”
(EG, 273). En realidad, la misión en la vida nos la da Dios.
En todo joven cristiano, que haya
intuido lo que se le ha dado en la Iniciación Cristiana
(Bautismo/Confirmación/Eucaristía), deben darse dos o tres “misiones”
fundamentales: 1) Anunciar a
Jesucristo a los demás, de cerca o de lejos, porque Él es el que da el sentido
de la existencia en esta tierra, quien nos da la verdadera libertad y la
alegría de la vida, y por ello la felicidad. 2.) Transmitir la fe hasta los confines de la tierra. No basta con
quedarnos en nuestra parroquia, nuestra Diócesis, nuestra España, esta Europa.
Todos tienen derecho a Jesucristo y no se les puede escamotear esta riqueza.
3.) Testimoniar el amor de
Jesucristo, que nos hace vivir su amor a los más pobres, promoviendo la
dignidad humana y testimoniando la alegría de amar y de ser cristianos. Existe,
así, en cada Diócesis un servicio misionero, que es preciso conocer: la
Delegación de Misiones y de Obras Misionales Pontificias. El servicio
misionero, con su voluntariado, consigue una forma de servir a los “más
pequeños”, como dice Cristo en Mt 25, 40. Leer ese capítulo 25 de san Mateo
proporciona una piedra de toque, que ayuda incluso a preguntarse si yo puedo
prestar un servicio misionero temporal, como hacen tantos jóvenes católicos e
incluso el don total como misionero “ad Gentes”.
“Discípulos
misioneros”. Con esta expresión es el horizonte en el que el Papa Francisco nos
quiere. Seguro que, durante la celebración de este Sínodo de Obispos en
octubre, se hablará mucho de este salir el joven católico de sí mismo y ampliar
su visión del mundo y de cómo proyectar la vida, cuando tanto hay que hacer y
soñar en los jóvenes. El Papa Francisco en la homilía de la Misa de apertura
del Sínodo indica que el Espíritu Santo es quien nos ayuda a hacer memoria de
las palabras de Jesús, como les ocurrió a los discípulos de Emaús: “Memoria que
despierte y renueve en nosotros la capacidad de soñar y esperar”. María Reina
de los Apóstoles, y los santos Francisco Javier y Teresa del Niño Jesús
intercedan por nosotros, y haga nacer en cada uno la pasión por evangelizar.
X Braulio
Rodríguez Plaza
Arzobispo
de Toledo, Primado de España