¡Atención! Se nos pide
valentía y coraje, valor para tener la audacia del Evangelio. Valentía para
salir de nosotros mismos, para resistir la tentación de los incrédulos
prácticos que dicen creer en Dios y en su enviado Jesucristo y nada hacen para
tomar parte en la actividad misionera de la Iglesia. Estamos en la Jornada del
DOMUND y no podemos seguir sin que esta palabra no nos diga absolutamente nada;
ya casi ni nos molestamos en echar unas monedas a los niños que piden o en la
colecta porque el sacerdote o alguien en la celebración de la Misa dominical
nos recuerda “eso de las Misiones”, tan latoso. ¿Qué más hemos de hacer con todos
los problemas que tenemos? Muy sencillo: en comunión con tus hermanos
cristianos vivir la dimensión universal (católica) de la fe y la caridad
cristianas con los más pobres, aunque no estés en la misión de primera línea;
participar en las actividades de información, formación y cooperación misionera
organizadas con motivo del Domund, que duran todo el mes de octubre y más; orar
para que Dios envíe obreros a su mies y sostenga a quienes han tenido la
valentía de entregar su vida al servicio de la misión; colaboración económica
con las necesidades de los misioneros, a través de Obras Misionales
Pontificias.
Somos hermanos del “primero y el más grande misionero”,
Jesús. Sabe Él que si escuchamos su llamada
a anunciar el Evangelio del amor del Padre con la fuerza del Espíritu
Santo, seremos más felices, porque dejamos el horizonte pequeño en el que nos
mete la cultura dominante del “carpe
diem”, esto es, “aprovecha el tiempo para ti, diviértete”, son pocos los
días que tenemos. Te aseguro que eso deja vacío dentro de nosotros. El Papa
Francisco dice que “de hecho, la Iglesia es misionera por naturaleza; si no lo
fuera, no sería la Iglesia de Cristo, sino que sería solo una asociación entre
muchas otras, que terminaría en poco tiempo desapareciendo” (Mensaje del Domund
2017). Hay que hacernos, pues, algunas preguntas como, por ejemplo: ¿dónde
encontrar una fuerza que transforme este mundo aburrido, en el que tantos solo
se mueven por los espectáculos y poco más?
Esa fuerza es el Evangelio de Cristo,
que arriesga en favor de los demás y que trae alegría contagiosa, porque
contiene y ofrece una vida nueva: la de Cristo resucitado, que por el Espíritu
Santo, se convierte para nosotros en camino, verdad y vida, que nos libera de
toda forma de egoísmo y es fuente de creatividad en el amor. Y esto es cuestión
de valentía, de pocas palabras y de muchas obras. Dios Padre desea que esta
transformación de sus hijos se exprese en una vida animada por el Espíritu
Santo en la imitación de su Hijo Jesucristo. De este modo, el anuncio del
Evangelio a los demás se convierte en palabra viva y eficaz que realiza lo que
proclama.
Lógicamente, la misión de la Iglesia no es la propagación
de una ideología religiosa, ni tampoco la propuesta de una vida moral
inalcanzable. Muchos movimientos saben proponer grandes ideales, pero ¿dónde
está la fuerza para conseguir esos ideales? En la Iglesia, donde Jesucristo
está presente y con la fuerza de su vida resucitada es Él quien sigue
evangelizando y actuando como lo hacía hace veinte siglos en Palestina. Así se
convierte Jesús en un contemporáneo nuestro, de modo que quienes lo acogen con
fe y amor experimentan la fuerza transformadora del Espíritu de Resucitado que
fecunda lo humano y la creación toda, como la lluvia lo hace con la tierra. Y
esto es lo que tenemos miedo de anunciar y proponer. Y damos vueltas o nos
quejamos de que nadie nos hace caso y que no es posible la misión, el
apostolado, anunciar a Jesús.
Hemos olvidado lo que decía Benedicto XVI: “no se comienza
a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro
con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y,
con ello, una orientación decisiva”. El Evangelio es una persona, que continuamente
se ofrece y continuamente invita a los que la reciben con humilde fe y
laboriosa a compartir su vida con los demás. ¿Cómo de otra forma puede nuestro
bautismo ser fuente de vida nueva, o la confirmación puede fortalecernos para
andar nuevos caminos y estrategias nuevas para acercarnos a quienes están
alejados y desorientados, y la Eucaristía, aliento y alimento del hombre nuevo,
ser “medicina de inmortalidad”?
El mundo necesita el Evangelio de Jesucristo como algo
esencial. Él, dice el Papa, a través de la Iglesia, continúa su misión de Buen
Samaritano, buscando sin descanso a quienes se han perdido por caminos
tortuosos y sin una meta. El ejemplo precioso de los misioneros, de nuestros
misioneros, son testimonios que agitan nuestras dudas y cobardías, nuestro
aburguesamiento en la fe, que es más llamativa en los jóvenes, que en palabras
de Francisco han de ser “callejeros de la fe, felices de llevar a Jesucristo a
cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra. Por ello, nos decimos a
cada uno de nosotros mismos: “Sé valiente. La misión te espera”.
+Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo