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miércoles, 18 de octubre de 2017

El Arzobispo de Toledo escribe sobre el DOMUND 2017: PARA SER VALIENTES


¡Atención! Se nos pide valentía y coraje, valor para tener la audacia del Evangelio. Valentía para salir de nosotros mismos, para resistir la tentación de los incrédulos prácticos que dicen creer en Dios y en su enviado Jesucristo y nada hacen para tomar parte en la actividad misionera de la Iglesia. Estamos en la Jornada del DOMUND y no podemos seguir sin que esta palabra no nos diga absolutamente nada; ya casi ni nos molestamos en echar unas monedas a los niños que piden o en la colecta porque el sacerdote o alguien en la celebración de la Misa dominical nos recuerda “eso de las Misiones”, tan latoso. ¿Qué más hemos de hacer con todos los problemas que tenemos? Muy sencillo: en comunión con tus hermanos cristianos vivir la dimensión universal (católica) de la fe y la caridad cristianas con los más pobres, aunque no estés en la misión de primera línea; participar en las actividades de información, formación y cooperación misionera organizadas con motivo del Domund, que duran todo el mes de octubre y más; orar para que Dios envíe obreros a su mies y sostenga a quienes han tenido la valentía de entregar su vida al servicio de la misión; colaboración económica con las necesidades de los misioneros, a través de Obras Misionales Pontificias.

Somos hermanos del “primero y el más grande misionero”, Jesús. Sabe Él que si escuchamos su llamada  a anunciar el Evangelio del amor del Padre con la fuerza del Espíritu Santo, seremos más felices, porque dejamos el horizonte pequeño en el que nos mete la cultura dominante del “carpe diem”, esto es, “aprovecha el tiempo para ti, diviértete”, son pocos los días que tenemos. Te aseguro que eso deja vacío dentro de nosotros. El Papa Francisco dice que “de hecho, la Iglesia es misionera por naturaleza; si no lo fuera, no sería la Iglesia de Cristo, sino que sería solo una asociación entre muchas otras, que terminaría en poco tiempo desapareciendo” (Mensaje del Domund 2017). Hay que hacernos, pues, algunas preguntas como, por ejemplo: ¿dónde encontrar una fuerza que transforme este mundo aburrido, en el que tantos solo se mueven por los espectáculos y poco más?


Esa fuerza es el Evangelio de Cristo, que arriesga en favor de los demás y que trae alegría contagiosa, porque contiene y ofrece una vida nueva: la de Cristo resucitado, que por el Espíritu Santo, se convierte para nosotros en camino, verdad y vida, que nos libera de toda forma de egoísmo y es fuente de creatividad en el amor. Y esto es cuestión de valentía, de pocas palabras y de muchas obras. Dios Padre desea que esta transformación de sus hijos se exprese en una vida animada por el Espíritu Santo en la imitación de su Hijo Jesucristo. De este modo, el anuncio del Evangelio a los demás se convierte en palabra viva y eficaz que realiza lo que proclama.

Lógicamente, la misión de la Iglesia no es la propagación de una ideología religiosa, ni tampoco la propuesta de una vida moral inalcanzable. Muchos movimientos saben proponer grandes ideales, pero ¿dónde está la fuerza para conseguir esos ideales? En la Iglesia, donde Jesucristo está presente y con la fuerza de su vida resucitada es Él quien sigue evangelizando y actuando como lo hacía hace veinte siglos en Palestina. Así se convierte Jesús en un contemporáneo nuestro, de modo que quienes lo acogen con fe y amor experimentan la fuerza transformadora del Espíritu de Resucitado que fecunda lo humano y la creación toda, como la lluvia lo hace con la tierra. Y esto es lo que tenemos miedo de anunciar y proponer. Y damos vueltas o nos quejamos de que nadie nos hace caso y que no es posible la misión, el apostolado, anunciar a Jesús.

Hemos olvidado lo que decía Benedicto XVI: “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. El Evangelio es una persona, que continuamente se ofrece y continuamente invita a los que la reciben con humilde fe y laboriosa a compartir su vida con los demás. ¿Cómo de otra forma puede nuestro bautismo ser fuente de vida nueva, o la confirmación puede fortalecernos para andar nuevos caminos y estrategias nuevas para acercarnos a quienes están alejados y desorientados, y la Eucaristía, aliento y alimento del hombre nuevo, ser “medicina de inmortalidad”?

El mundo necesita el Evangelio de Jesucristo como algo esencial. Él, dice el Papa, a través de la Iglesia, continúa su misión de Buen Samaritano, buscando sin descanso a quienes se han perdido por caminos tortuosos y sin una meta. El ejemplo precioso de los misioneros, de nuestros misioneros, son testimonios que agitan nuestras dudas y cobardías, nuestro aburguesamiento en la fe, que es más llamativa en los jóvenes, que en palabras de Francisco han de ser “callejeros de la fe, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra. Por ello, nos decimos a cada uno de nosotros mismos: “Sé valiente. La misión te espera”.

+Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo