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sábado, 18 de octubre de 2014

DOMUND, escrito pastoral del Arzobispo de Toledo: LA ALEGRÍA DE SER MISIONERO


“Son vidas de película. Salen de su país, recorren miles de kilómetros; ejercen de profesores, administradores, médicos, psicólogos, relaciones públicas, transportistas, promotores inmobiliarios, defensores de los trabajadores, padres adoptivos, mediadores de conflictos… Remunerar su labor sería imposible, pues no tienen precio. Pero las guerras <y las enfermedades>, que no hacen distinción, muchas veces les atrapa a ellos también. Cuando se plantea la disyuntiva de quedarse o volver a casa, ellos se quedan, pase lo que pase…” (Solapa de un libro reciente: Cuando todos se van, ellos se quedan). ¡Qué ciertas son estas palabras referidas a los más de 13.000 misioneros españoles! Las pueden ustedes verificar. Yo lo he comprobado en muchas ocasiones. Doy fe y les tengo envidia y admiración.
 
¿Qué importancia tiene el DOMUND para la vida de la Iglesia? Ante todo es una Jornada con una insistencia fuerte misionera, como queremos que sea el mes de octubre y aún todo el año. Se trata de la necesidad de la misión ad gentes, sobre todo en países como España de larga tradición cristiana, es decir, donde ser cristiano no parece una cosa novedosa, pues apenas nos diferenciamos de otros ciudadanos ya que, por ejemplo, aceptamos leyes de abortos como si no fuera con nosotros. Pero entiendo que es un día también en el que hay que orar para que Jesucristo sea conocido, cuidar y preocuparse por nuestros misioneros y sus comunidades. Es un día para ayudar económicamente, pero no con unas “perrillas”, sino con algo más, generosamente, como el Señor nos pide.
 
¿Por qué digo esto? Porque en general al mundo occidental en el que estamos no le interesa mucho la evangelización, aunque sea sensible a la ayuda social a tantas gentes que viven en los países llamados de misión. ¿Y dónde no ha de estar la Iglesia “en salida hacia la periferias”, como gusta decir el Papa Francisco? Pero sin duda es importante que se oiga en esta sociedad que los católicos hablamos de nuestra fe, de Jesucristo, y que apreciamos la actividad eclesial de la “misiones”. ¿Cómo van a conocer que nos importa el Señor y la fe, si no hablamos de ella con entusiasmo?
 
¿Cómo no van a sentir nuestros misioneros esa alegría que comporta ser precisamente misioneros, cuando se encuentran con los más pobres y más agradecidos al recibir la riqueza que es Cristo? Nuestro planeta está intercomunicado y, si en algunas partes de él hay pobreza extrema, no nos quepa duda de que es, en gran parte, porque los poderosos de este mundo no saben de justicia distributiva y han privado a muchos países del acceso al mercado o han esquilmado sus materias primas, sus riquezas, compradas a muy bajo precio, para enriquecerse ellos. ¿Todavía desconocen ustedes que la evangelización y la misión de la Iglesia comprende también la promoción y atención a las necesidades básicas de los pueblos y comunidades? Debemos desterrar ya un cierto dualismo, que no se sostiene, al separar radicalmente realidades naturales y espirituales, como si la misión fuera únicamente “espiritual”. Sabemos distinguir, por supuesto, entre la gracia de Dios y las tareas que nosotros llevamos a cabo por nuestras fuerzas. Pero si el Hijo de Dios se encarnó, ¿no tiene cualquier realidad humana cabida en la salvación que Jesús ofrece a la humanidad?
 
Os digo, hermanos, que en los llamados territorios de misión no se dan los problemas un tanto ficticios que acontecen entre nosotros, que en realidad son problemas de países ricos: el clericalismo, el sacerdocio de la mujer como un derecho, la ideología de género, el aborto y un largo etcétera. El misionero va al día y confía en el Señor, porque existen cosas que son de cada día: acercarse al más pobre, evangelizar de manera toral, esforzarse por conseguir sobrevivir ante situaciones límite. Pero, a la vez, los misioneros, en todo este mundo desheredado, trabajan con alegría en la superación de situaciones increíblemente adversas. Será que confían en Jesucristo. Sin duda.

X Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo
Primado de España