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martes, 20 de octubre de 2015

Testimonio misionero del Padre Julio Alonso: "Consolad, consolad a mi pueblo" (Isaías 40,1)



"Queridos amigos:

Muchos me pedís que cuente cosas de la misión.

El pueblo de Lima-sur al que el Señor me ha enviado es un pueblo que sufre mucho. Y no principalmente por la pobreza material...

Hace poco una mujer me abría su corazón. Había sido violada por su propio padre en repetidas ocasiones. Como consecuencia de ello quedó embarazada. En medio de su sufrimiento y desesperación decidió quitarse la vida.

Cuando se disponía a hacerlo, arrojándose desde un alto peñasco, sintió una mano que tocaba su hombro y oyó una voz le decía: "No lo hagas". ¿Imaginación suya? ¿Alucinación? Interpretadlo como queráis, pero yo estoy cada vez más convencido de que con esta pobre gente que vive al borde de la desesperación Dios emplea con frecuencia lo que solemos llamar "medios extraordinarios"...

Lo cierto es que no se suicidó, sino que siguió adelante con su embarazo y dio a luz una hija sin que nadie fuera de ella supiera quién era el padre.

Una losa tremenda pesaba sobre ella y la aplastaba (durante más de 20 años). Cuando me contaba su historia se sentía confundida, llena de vergüenza y -sobre todo- con dolor, mucho dolor...

Para estos casos el consuelo humano de nada sirve. Solo Dios puede consolar de verdad con su Palabra y con su gracia. Entendió que todo tiene sentido, que Dios saca bienes incluso de los males, recuperó la esperanza... y perdonó a su padre.

Al final de la conversación era otra persona (se notaba hasta en su rostro). Y me dijo: "Padre, ¿puedo traerle a mi hija?" La chica había hecho un retiro y se había acercado a Dios; pero llevaba dentro la espina de desear saber quién era su padre (hasta ese momento le habían dicho que les había abandonado antes de nacer ella). Dudé, por temor a cómo pudiera reaccionar la chica, pero le dije: "Sí, tráela", pensando que solo la verdad hace libres.

Cuando la chica supo la verdad estalló en llanto, pues de ningún modo podía imaginarlo. Su abuelo -que ahora resultaba ser su padre y que ya había muerto- la llevaba de pequeña al colegio y ella le quería y apreciaba.

La relación con su madre no era buena. La chica sentía que no la quería, que había un rechazo hacia ella. En ese momento entendió a su madre: había sido muy valiente saliendo adelante en medio de tanto sufrimiento, y el rechazo que ella experimentaba no era hacia su persona, sino a lo que le había tocado vivir. Ambas se abrazaron, se perdonaron, se unieron fuertemente...

Uno es testigo de las maravillas que el Señor hace en el corazón de las personas. Eres instrumento de la misericordia y del consuelo de Dios. Eres canal de su amor que devuelve la esperanza y da sentido a la vida incluso en medio del sufrimiento más atroz.

Os aseguro que casos como este -que lamentablemente son frecuentes- me ayudan a aceptar las humillaciones que aparecen en mi vida, pues me hacen comprender lo que muchas personas viven y a colaborar en que esas situaciones sean redimidas (pues Cristo nos redimió con su humillación). Y me ayuda a entender mejor muchas palabras de la Escritura: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios!" (2 Corintios 1,3-4).

Un abrazo
Julio Alonso Ampuero"